Aquella mañana, como todas las mañana de los últimos 25 años, se despertó antes de que el despertador sonara y se quedó en la cama sólo unos minutos más.
Le faltaban dos semanas para cumplir los 50, y eso, aunque él no lo reconociera, lo tenía alterado.
Para todos, era la representación de “un tipo feliz”: mujer, hijos, casa y un buen trabajo.
Pero hacía unos días, se venía preguntando, si él era realmente feliz; ¿era esta su vida, o era la vida que los demás querían que él tuviera?. ¿Soy una persona o actúo un personaje?” . . . . esta dualidad lo tenía casi atormentado.
Cuando salió de su casa, sintió el calor de aquellos primeros días de la primavera. Pero igual cargaba portafolios, notebook y saco en la mano. Se sentía transpirado y un poco sofocado por la corbata. Subió al auto, abrió la ventanilla, y decidió escapar por un rato. Puso proa hacia el Tigre.
¡A orillas del río, era otra cosa!.
Cuando pisó el pasto no soportó la tentación de sacarse medias, zapatos, corbata y de dejar en el auto el portafolios y el celular. Sin ninguna carga adicional, se tiró sobre el verde: panza arriba, piernas abiertas, brazos en cruz, ojos cerrados, pulmones cargados de aire . . . . aire . . . aire puro, brisa suave, un poco fresca, que a veces sopla y a veces no, que arremete desde el río o desde la ciudad, que se arremolina en su pelo y lo despeina y le seca los labios y la piel y que es mejor que el aire acondicionado puesto a la temperatura de confort a la que estaba acostumbrado.
Repasó su vida. Hizo una cuenta sencilla, y concluyó que ya había pasado en el trabajo más de 65.000 horas de su vida. Pensó en sus logros, y también en sus ausencias: no recordaba los actos escolares de los chicos, ni los nombres de las maestras y directoras (¿o acaso serían directores?). A los padres de los amiguitos los conocía, claro, de llevarlos o traerlos de los cumpleaños en el fin de semana. Tampoco se acordaba cual era la última cena compartida con sus padres. Descubrió que su trabajo se había convertido en su vida, y que los objetivos de la empresa tenían una prioridad real sobre cualquier otra cosa, incluso su familia.
En fin, se dijo, “no es sencillo cumplir con los sueños. . . . siempre hay cosas para dejar en el camino. . . .”.
Pero igual, sentía que algo no andaba bien. Ayer, precisamente, había hablado de esto con su mejor amigo. Entre cerveza y picada intentó, en vano, explicarle sus sentimientos. “Tenés todo: familia, buena posición, sos reconocido, ganás un buen sueldo, ¿de que te quejás?” le arrojó en la cara, sin anestesia.
“¿De que te quejas?.”
“¿De qué te quejás?.”
“¿De que te quejás? . . . .”
Se quejaba de sí mismo . . . de habérsela creído, de haber hecho algunas cosas “obligado”y de no haber hecho otras que sentía realmente, de interpretar, de actuar, de “no ser”.
Se sentía mareado, el sol le picaba en la cara y el pasto en la espalda, el ruido del agua y las lanchas que pasaban lo perturbaban, la brisa, ahora, le molestaba. Se preguntó, nuevamente, si en realidad quería ser feliz.
El mareo se había convertido en un torbellino, pero sin embargo, estaba inmóvil, paralizado. Sólo sentía correr agua sobre su cara “¿serán lágrimas?”. Sintió miedo, se vio vulnerable. Se dio cuenta que había algo más profundo que no supo interpretar, o no pudo . . . o no quiso.
Respiró hondo, se miró profundamente hacia adentro y encontró que había hecho malabarismos para cumplir con lo que creía eran “las reglas impuestas”, y que en esto, había interpretado muchos personajes, y había dejado de lado la persona.
“La puta” se dijo . . . “esto no me lo esperaba . . . ¿cuál de todos seré yo?”.
El torbellino de su cabeza ya era un huracán. Sentía frío en todo el cuerpo, tiritaba... pero el sol del medio día se encargó de darle la energía necesaria para seguir.
Y se animó a ganarse a sí mismo: “no importa quien fui, importa quien quiero ser”.
Respiró aliviado, sintió que flotaba en el aire, se le pasó el frío. . . pensó que la vida era demasiado corta, que valía la pena vivirla, y que todavía estaba a tiempo . . .
. . . y por fin . . . . sonrió.